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domingo, 22 de abril de 2012

LOS 40 DE ESTAMBUL

Una vez que me he lanzado, voy a seguir contando algunos de los viajes con los que he disfrutado y, por supuesto, los nuevos que haré (tengo varias maravillas previstas para los próximos meses). Por eso, hoy quiero recordar el viaje que hicimos Ion y yo a Estambul a finales de la primavera pasada (del 31 de mayo al 3 de junio de 2011).

A Ion y a mí nos gusta viajar, y Estambul es uno de nuestros destinos preferidos. Seguramente porque fue también nuestro primer viaje largo juntos, allí por agosto del año 1993. En aquella ocasión estuvimos en un viaje organizado. 15 días de agosto recorriendo no solo Estambul sino muchas otras zonas de Turquía como Pamukale, la Capadocia, Bursa o Ankara.

Después, volvimos en el 2000 porque encontramos un chollo tan pero tan bueno con los puntos de travel club que no nos pudimos resistir. En el 2001 volvimos para celebrar mi 30 cumpleaños en el restaurante Panorámico del Mármara Taksim, que habíamos conocido en el viaje anterior.

Finalmente, viajamos a Estambul también en octubre del 2003 porque empezábamos a plantearnos la idea de tener a Ilia y sabíamos que, durante un embarazo y  la posterior crianza, estaríamos bastante limitados a la hora de viajar a destinos “exóticos”. Por eso, aprovechamos como excusa la boda de Kike y Ana y, a la que les llevamos a Madrid para que cogieran un avión camino al viaje de novios, nosotros nos embarcamos en otro, rumbo a esta ciudad que tanto nos gusta.

Desde el 2003 no habíamos vuelto y decidimos volver para celebrar allí mi 40 cumpleaños. Tenía mucha ilusión por celebrar la fantástica y redonda edad y tenía organizado un programa de fiestas alrededor que ríete tú de las bodas gitanas.

Mi plan inicial era el siguiente:

-Del 27 al 29 de mayo, fin de semana en una casa rural, en Cantabria, con Ion, los niños, mis padres, tías y hermano. 





-El 30 a las 7 de la mañana, vuelo a Barcelona y, de allí, a las once a Estambul.

-Cena en el restaurante Panorámico del Hotel Mármara Taksim la noche del 31 de mayo.

-Vuelta el 2 de junio a Pamplona.

-Fiesta por todo lo alto en el Asador Armendi el sábado 4 de junio con todos mis amigos, amigas y personas más queridas. Con quienes me han hecho felices estos primeros 40 años. Los que quiero conservar los siguientes 40, por lo menos.

Todo perfecto, sobre el papel.

El problema es que los vuelos de bajo coste algunas veces te pueden dar un susto y solo cinco días antes del viaje cancelaron nuestro vuelo Barcelona-Estambul del 30 de mayo. Además, como desde Pamplona a Barcelona viajábamos con otra compañía no estaba vinculado un billete comprado con el otro. Al final, después de muchas vueltas, quejas frustración y reclamaciones, nos cambiaron los billetes, saliendo el 31 de mayo (el día de mi 40 cumpleaños) y vuela a casa el día 3. En Iberia tuvieron la deferencia de aceptar cambiarnos el vuelo del 2 al 3 pero, desde el principio nos dijeron que el vuelo del día 30 no podían cambiárnoslo. Solución: teníamos que alargar un día de vacaciones y nos cogimos un hotel para pasar la primera noche en Barcelona. Estuvo bien, sobre todo porque Ion aprovechó para comprarme como regalo de cumpleaños una gabardina de Desigual de la que estoy enamorada.

Además comimos en un japonés fantástico, y yo alquilaría una parte de mi alma a cambio de un buen sashimi de atún rojo y de salmón.  

El 31 salimos a las once de la mañana dirección Estambul y, con nuestras maletas al hombro nos fuimos directamente a al Hotel Barceló Eresin Topkapi. Un alojamiento estupendo, al que no se le puede poner ninguna pega. Es un  cinco estrellas, eso sí, que no es cinco estrellas, pero el precio que pagamos tampoco lo era.

Nada más llegar y previendo lo que se nos iba a alargar la noche, usamos las instalaciones que ofrecía el hotel: la piscina, el jacuzzi, las zonas de relax… Después, ponernos guapos para ir a tomar un bloody mary al Pera Palace, el hotel donde Agatha Christie se alojaba durante las temporadas que pasaba en Estambul. Después, cena en el Mikla Istambul, el restarante del Pera Mármara (al final, se nos había complicado el plan previsto porque el restaurante del Marmara Taksim donde queríamos ir, estaba completo). Pero mereció la pena. Primero porque la cena resultó maravillosa (destacando el milhojas de verduras); pero también porque descubrimos la terraza superior, donde puedes tomarte un gintonic bien hecho mientras miras el perfil iluminado de Estambul al otro lado del Bósforo. Un autentico lujo.

El 1 de junio y ya con el nuevo año a cuestas, decidimos pasar el día haciendo el típico circuito imprescindible de Estambul: Mezquita Azul. Santa Sofía. Basílica cisterna.



Comimos a la salida de la basilica cistern, en el restaurante House of Medusa. Es un restaurante al que hemos ido en todos nuestros viajes a Estambul. Allí se rodaron algunas escenas de “La pasión turca” pero, sobre todo, tiene una comida deliciosa (el hummus, de garbanzos con aceite de sésamo, la ensalada de berenjenas…). Además, tiene diferentes ambientes, uno por planta, y ésta vez nos tocó en la terraza arbolada. Un placer primaveral.

La tarde, como tiene que ser, la dedicamos a recorrer el bazar de las especias y la mezquita de Suleymaniye; el Gran Bazar, con sus olores, sus tiendas, su caos el ruido y el tremendo esfuerzo que una tiene que hacer para frenar ese fervor consumista que te va acorralando a cada esquina. Un ansia que solo puedes acallar con un buen “elma chai” o Apple tea, o té de manzana.




El jueves, en cambio, fuimos a conocer sitios que antes no habíamos visitado de Estambul. Habíamos cogido e tranvía camino de la Torre Galata porque no habíamos subido antes. Si quieres echar las tripas por la boca, igual que en muchos monumentos altos de todos los lugares del mundo desde donde se quiere ver una vista increíble (pienso en el Vaticano, en la Torre de Pisa, en la Giralda…). En todas ellas, cuando llegas arriba no sabes si el corazón te late tan deprisa por el espectacular paisaje o por el ejercicio que acabas de hacer sin anestesia.

Al salir, buscamos el Museo de Arte contemporáneo de Estambul, con la idea de llegar a ver algo nuevo que no habíamos visitado y que, además, estaba fuera de los habituales circuitos turísticos. Solo puedo decir que fue una de las mejores decisiones que pudimos tomar. Las exposiciones merecían la pena. Conocer otro tipo de arte distinto a las mezquitas, muy distinto. En la planta baja una muestra fotográfica de muñecas hinchables perturbadoras, religiosas, maternales…


Además, habíamos reservado mesa para comer en la terraza del bar del museo y, seguramente, tiene una de las mejores vistas de todo Estambul. Topkapi, las mezquitas, el cuerno de oro brillando al sol… La comida, correcta, aunque podrías estar en Estambul, Madrid o cualquier otra ciudad que se te ocurra. Nada de cocina local. Además, para pedirte una botella de vino tienes que hipotecar los dos riñones y alguna que otra víscera menor, así que nos conformamos con una copita de vino blanco cada uno; pero el paisaje lo superaba todo. Absolutamente todo.
Esa tarde, además, de vuelta al hotel para arreglarnos antes de ir a cenar, en el tranvía, me senté y Ion, delante, me hacía señas con la cabeza, con los ojos… Justo detrás de mí una mujer turca, con su pañuelo tradicional en la cabeza leía, en castellano la novela “Papel mojado”, de Juan José Millás. Siempre he dicho que esta novela es un hito en mi vida. La primera  lectura “de mayor” que cogí entre mis manos. Tenía doce años y cuando pienso en esa novela suelo sentir que aquello fue algo que me abrió completamente el mundo, como un fórceps, como un fórceps mental maravilloso. Siempre agradeceré a Ana Carmen Marco, mi profesora de 7º de EGB (entonces había de esas cosas) que me recomendara aquello y me enseñara que la vida no tiene por que ser plana, lógica ni lineal.

Me emocionó realmente ver a aquella mujer turca empapándose con esas mismas páginas en el vagón del tranvía una tarde de primavera. A muchos les puede parecer una auténtica estupidez y posiblemente lo sea. Para mí fue un regalo.

Esa noche cerramos con broche de oro en el restaurante del Hotel Orient Express. Un restaurante muy recomendable, también en una azotea de Estambul. La comida, insuperable (una crêpe de verduras de lo mejor que comimos durante aquellos días). El vino blanco fantástico y a precios de aquí, cosa que suele ser poco habitual por esos lares. Y las vistas, otra vez de esas de recordar.


Nos fuimos al Pera Marmara para despedir el viaje tomándonos un último gintonic en aquella magnífica terraza y con aquellas vistas que queríamos guardar en la retina. Al día siguiente volvíamos a casa y queríamos mantener aquellas luces tintineándonos dentro durante todo el tiempo que fuera posible. 

Porque Estambul es como una granada abierta: brillante, jugosa, dispuesta siempre a gustar, a saciar. Una ciudad de la que siempre se quiere un poco más, por muchas veces que la visites.


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